Raymundo valdez - El Soldado Fantasma
Hubo un momento en la historia donde las artes jugaron un rol crucial en los campos de batalla, se echó mano del mundo de lo sensible reclutando a artistas visuales, productores de cine, gente de teatro, expertos en sonido, ilusionistas, magos, entre otros. Se reformulaba por primera vez la idea del campo de batalla como el escenario donde la estrategia militar se constituiría en el guion de guiones.
Me ubico en medio de estos dos fabulosos párrafos de la historia, para hablar de Raymundo Valdez, un artista que ha visto en el combate la figura precisa para hacerse de un registro gráfico de aquello que se gana en el dohyo, en la calle, en el ring, en la arena o en el espacio. Eran tiempos donde se despilfarraba la pintura de Raymundo, podríamos localizar su primer interés en el del combate cuerpo a cuerpo, una fijación especial tuvo por los luchadores de sumo a quienes representó con exageradas cantidades de pintura, casi vencidos por el peso y la gravedad, grandes pellejos de oleo colgaban de aquellas telas.
Ese dohyo culturalmente tan lejano, para Valdez configuraba los inicios de una postura combativa que luego se ampliaría en territorio y se multiplicaría en combatientes y armamentos. Por fuera del Dohyo, Valdez tiene un encuentro con los comics de superhéroes, especialmente con Batman, Spiderman, Superman, Hulk, y otros menos destacados. De este encuentro surgen algunos retratos intencionalmente desdeñables, a Spiderman por ejemplo, lo devuelve a la civilización con aguda ironía, así como desvencijado y casi en ruina Peter Parker pasa a llamarse “Piter Parkinson”.
No se necesita ser un gran orador si se dibuja como Valdez, sin embargo, es un gran conversador. De algún intercambio de palabras rescato algunas consideraciones importantes para entender al hombre detrás de la obra, Valdéz es ciervo de la iglesia católica y al mismo tiempo un asiduo practicante de la pintura. Sus peregrinaciones parecerían no converger, pero si rebobinamos el carrete de la historia, encontramos a la famosa batalla de Lepanto, donde marinos cristianos unieron sus fuerzas al Papa Pio V para rezar el Santísimo Rosario en un solo grito de batalla, la fuerza turca era derrotada así nada más, por un ejército que se armó con actos de fe.
Puedo imaginarme soldados rezando, encomendándose a algún santo, persignándose y apretando fuertemente la foto de algún familiar querido, todo es válido para agarrar confianza, me lo puedo imaginar también a Valdez. En una incursión a su taller avizore algunas imágenes religiosas compartiendo el mismo campo de batalla con sus pinturas.
Un ejército fantasma requiere muchos soldados fantasmas, aquí el primero de una serie de desembarcos: soldados de vistosos trajes se distribuyen por toda la superficie, el color magenta comienza a colorear los cielos de Valdez, viene a mi mente un pequeño poblado de Italia llamado Magenta, donde se libró una sangrienta batalla que al parecer tuvo, entre otros objetivos, nombrar el color. Lejos de camuflarse las tropas de Valdez saltan a la vista, sus soldados parecen lucir trajes diseñados por el mismísimo sastre de guerra Hugo Boss. Estratégicamente se van ubicando, algunos pechos a tierra, otros de pie con fusil en mano. Unas juguetonas legiones de tanques de guerra avanzan mientras el espacio aéreo es tomado también por simpáticos navíos. Las tropas avanzan hacia el objetivo, aquí el objetivo intuyo tiene que ver con un espacio aún no gobernado por Valdez.
La dimensión poética con la que estos creativos se acercaban a la guerra dejaban obsoletas las trincheras militares. Nacía el “ejército fantasma” con más de mil hombres protagonizando a los soldados, una legión de tanques de guerra inflables, armamento de papel, sonidos que simulaban el avance de la tropa, y otras tantas ilusiones ópticas que tenían como objetivo engañar al tirano. Después del final de la guerra, el Ejército Fantasma juró guardar el secreto, pero parece que alguna información se ha escapado.
– René Ponce